La tipografía en la historia

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Cada tipografía es un mundo: presenta distintas opciones de lectura, expresa características propias y se utiliza en contextos diferenciados. Entre tantas opciones, ¿cómo podemos expresar qué estilo nos interesa?

La clasificación y descripción de las tipografías ha sido objeto de debate desde hace mucho tiempo, incluso con más intensidad dada la amplia variedad a la que tenemos acceso en los últimos años.

La primera forma de diferenciarlas es a través de la descripción de sus caracteres o atributos. Así, hablamos de tipografías con o sin serifa, de sus ápices y apófiges (unión en la parte superior de la letra y enlace del asta vertical con los remates, respectivamente), definimos su inclinación o su “oreja”, que es la terminación que pueden tener algunas letras, como la “g”, la “o” o la “r”, o la rebaba: el espacio que existe entre el carácter y el borde del mismo.

Sin embargo, hacerlo así para cada tipografía sigue resultando dificultoso y encontrar la que estamos buscando supondría mucho esfuerzo y muchos minutos de descartes.

Otra forma de clasificarlas es atendiendo al momento histórico de su creación. En esta forma de identificar las tipografías nos centramos en las épocas en las que fueron creadas. Se le denomina clasificación tipográfica por familias.

Esta clasificación tiene sentido porque las tipografías se han ido adaptando a las necesidades y a los estilos de cada época, siendo una forma más de la expresión de las características de esta.

Entre los más clásicos se encuentran los tipo Góticos o fraktur, propios de la Edad Media, los Humanísticos o venecianos (que corresponden a los siglos XV y XVI), los Barrocos, del siglo XVII, los Neoclásicos, del XVIII…

Con la llega de la Revolución Industrial, el mundo de la comunicación también vive su propia revolución. Es necesario encontrar nuevas soluciones tipográficas para poder expresar las nuevas necesidades. Surgen tres familias de tipos que todavía son muy comunes hoy en día:

  • Egipcios: con grandes remates e impactante aspecto. Reciben su nombre de la campaña napoleónica en Egipto.
  • Palo seco, san serif, grotescos: sin remates. Aunque aparecen en el siglo XIX, es a partir de la Revolución Industrial cuando se popularizan. La famosa Helvetica es uno de sus máximos exponentes.
  • Humanistas: suponen una vuelta a las formas del Renacimiento. Presentan grandes aperturas, terminales al estilo de la pluma y trazo modulado.

En la actualidad han surgido numerosas fuentes que no encajan en las clasificaciones anteriores. Se trata de las tipografías de rotulación, fantasía u ornamentales. Generalmente se usan cuando necesitamos poco texto, porque su lectura no es especialmente fácil y no se recomiendan para largos bloques.

Conocer las tipografías y su historia y los usos más habituales que se les asignan es tremendamente útil a la hora de poder elegir una específica para nuestros proyectos. Hay muchas variables en juego (no se usan las mismas tipografías para imprimir que para leer en una pantalla, por ejemplo), pero un buen diseñador debe ser capaz de analizarlas y tenerlas en cuenta cuando nos asesora.